En cuestión de escasos minutos, el espigado delantero senegalés
M'Bayé Niang estampó la palma de su mano sobre el rostro del defensor japonés
Gen Shoji y con su codo fracturó el tabique nasal del compañero de Shoji,
Makoto Hasebe.
Hasebe resistió la hemorragia y volvió al césped para protagonizar el merecido empate de Japón.
Hasebe resistió la hemorragia y volvió al césped para protagonizar el merecido empate de Japón.
Según las reglas del juego de la FIFA, la imprudencia en la
disputa del esférico se castiga porque compromete la integridad física del
jugador. A Niang debieron expulsarlo por imprudente (no por alevoso) y por reiterativo, pero
permaneció sobre el rectángulo verde y Senegal casi se sale con la suya.
Hace algunos años, jugando para el West Ham contra el
Manchester City, Cheikhou Kouyaté, también seleccionado senegalés, casi le
fractura el pómulo al español David Silva. Al igual que con Niang, no hubo intención
de lesionar, pero sí hubo imprudencia.
Silva debió abandonar el terreno encamillado y conectado a una máscara de oxígeno.
Silva debió abandonar el terreno encamillado y conectado a una máscara de oxígeno.
David Silva tuvo que salir en camilla y con oxígeno tras recibir un golpe de Kouyate. pic.twitter.com/nRWFumhM1Z— Fútbol Inglés (@futbolingles_) 19 de abril de 2015
Las estadísticas lo confirman: el conjunto africano fue el
más violento del Grupo H de la Copa del Mundo. Ante Polonia fueron 15 faltas
por ocho de los polacos y ante Japón fueron 14 por ocho de los japoneses.
Solamente los colombianos, que también pegan mucho, fueron capaces de
empatar a los senegaleses en el marcador de faltas: 15 contra 15.
¿El resultado? El peor partido de lo que va del mundial.
¿El resultado? El peor partido de lo que va del mundial.
Cuando un equipo es reiterativo en las faltas, por supuesto cabe dudar razonablemente si la brusquedad es parte de su estrategia y de su
táctica. No solamente se trata de detener el partido y de cortar el ritmo del
rival, sino que también es cuestión de intimidación psicológica o provocación
de más violencia.
Recuerdo bien, cómo no, al estratega senegalés, Aliou Cissé, como un valeroso zaguero central al lado del igualmente aguerrido Ferdinand Coly durante el mágico mundial
de Corea y Japón 2002. La forma en que las rastas de ambos ondeaban al viento al
correr justificaba el mítico apodo de "Leones de la Teranga".
Y es que aquellos leones eran todo pundonor, hombría, elegancia y lealtad. Aquel Senegal me enamoró y yo esperaba una versión similar en Rusia 2018. Ocurrió todo lo contrario y qué bueno que el Fair Play los eliminó de una vez.
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