martes, 30 de abril de 2013

Boca, Corinthians, hegemonía pasada, hegemonía presente.


   La gélida noche del 20 de junio de 2007 en el Estadio Olímpico de Porto Alegre, casa del Grémio, un formidable zapatazo con comba de Juan Román Riquelme le daba a Boca Juniors su cuarta Copa Libertadores en menos de una década. Tras 4 largos años de sequía copera, se creía que los Xeneixes por fin habían dado con la tecla que haría repetir la fórmula del éxito continental en la época post-Bianchi.

Razones había para pensar que el nuevo Boca se enfilaba rumbo a una nueva era de gloria y triunfo. Tras una seguidilla de técnicos incapaces de salir de la sombra del Virrey, Miguel Ángel Russo proyectaba un aire ecuánime y prudente capaz de manejar uno de los vestuarios y salas de prensa más calientes de toda la Argentina. Asimismo el cuadro porteño contaba entre sus filas con una mezcla adecuada entre juventud y experiencia cuyos nombres propios eran los Riquelme, los Rodrigo Palacio, los Éver Banega, los Neri Cardozo y los Cata Díaz.

Finalmente, la desmedida presión mediática provocó la marcha de Russo tras una derrota frente al Milán en Japón, y la desmedida presión económica de una Liga que necesita exportar hizo lo mismo con el talento joven bostero. El Boca campeón de la Libertadores 2007 quedaría así completamente desmantelado y una derrota en Río de Janeiro frente al Fluminense por semifinales de la Libertadores 2008 vaticinaba un proceso de deterioro todavía más dramático.

Después de varios años sin Libertadores, el regreso de Boca en 2012 al máximo torneo continental de América parecía haber reencendido la esperanza de la mano del viejo caudillo Román y los goles de Pablo Mouche. No obstante, cuando Boca por fin había regresado a la final por el título tras un largo peregrinar cobrándose venganza del Flu, se encontró con que Corinthians estaba ahí también.

El Timao de Tité no necesitó florituras para imponer su superioridad sobre los argentinos y levantar la Copa en su primera aparición en la final. Un sólido 11 inicial que ciertamente echó de menos la presencia de un delantero asesino compensó la escasez goleadora con la solidaridad defensiva del omnipresente Paulinho, y de Ralf, su socio en el medio campo. Cuando el Corinthians necesitó goles bastó con la irrupción del rebelde Emerson Sheik.

Tité, a sabiendas de que Liedson no llenó el lugar reservado para el 9 del poderoso cuadro paulista, mandó a fichar a Paolo Guerrero del Hamburgo alemán y además completó la plantilla con la incorporación de Juan Manuel Burrito Mártínez, entonces estrella creativa de Vélez Sarsfield y hoy titular en Boca Juniors. Con equipo apuntalado, el club de Sao Paulo voló a Japón para arrebatarle el Mundial de Clubes al Chelsea de Juan Mata, Oscar, Frank Lampard y Peter Cech gracias a una solitaria anotación del peruano Guerrero. Corinthians, vigente monarca de América, vigente monarca mundial.

Ahora que la Libertadores 2013 vuelve a enfrentar a argentinos y brasileños es inevitable concluir que Corinthians y Boca juegan en ligas distintas. El Timao es, según la revista Forbes, “el único club de fútbol billonario de Brasil” que trae de Europa a jugadores como Alexandre Pato y Renato Augusto, y que además está a punto de inaugurar la moderna Arena Corinthians con aforo de hasta 65 mil espectadores para el juego inaugural del Mundial 2014. Por su parte, el gran fichaje de Boca para el 2013 lo gestó Carlos Bianchi al convencer a Riquelme de regresar del retiro para derramar su fútbol sobre el césped de una Bombonera tan tradicional como vetusta.

El Boca-Corinthians de octavos de final traerá la confirmación de un cambio de hegemonía en América. La hegemonía indiscutible del Boca del Virrey y de Román ahora es cosa del pasado.  Corinthians se asoma como el nuevo Rey del continente y no encontrará un auténtico desafío quizás hasta la final del Mundial de Clubes 2013 en Marruecos para defender su título global.

En el nuevo Madrid Modric es innegociable.



Debía ser en un partido de vida o muerte en el que la necesidad de Modric como piedra angular del Real Madrid se le revelase a José Mourinho. La vuelta en el Bernabéu frente a un Dortmund arriba por tres goles presentó un escenario de riesgo máximo para el técnico portugués. Y en ese momento de todo o nada fue que la presencia de Luka Modric en el centro del campo se volvió innegociable.

El Madrid necesitaba acorralar a los alemanes en propio campo para soñar con la épica en Concha Espina. Como consecuencia, Mourinho, entrenador pragmático, echó por la borda el pivote de sus tres años en Madrid mandando a la banca a Sami Khedira para jugar con Xabi Alonso al lado de Luka Modric. “Mou se decanta por los jugones para buscar el milagro”, interpretaba la prensa madridista.

Así, en los primeros 15 minutos del encuentro los merengues crearon tres claras ocasiones de gol; de esas de las que carecieron en 90 minutos más el agregado en el Signal Iduna Park. Modric, en la primera de ellas que malogró Higuaín,  le robó la cartera a Schmelzer en terreno alemán para asistir a Özil y que éste a su vez dejara solo al Pipita frente a Weidenfeller. En la última de las oportunidades manifiestas en el inicio del partido –desperdiciada por Özil- Modric tira un pase vertical entre líneas desde medio campo para un Gonzalo Higuaín que baja a recibir para habilitar al creativo alemán. De la mano del croata, Higuaín y Özil desquiciaban a la línea defensiva del club de la cuenca del Ruhr.

El BVB después logró equilibrar el trámite del partido y parar al Madrid. Tras 11 minutos del segundo tiempo, no obstante, Mourinho finalmente decidió romper lanzas haciendo un cambio doble cuya principal modificación era sacar a Coentrao por Kaká: quedarse con línea de 3 atrás en pos de jugar con el cuchillo entre los dientes. Transcurridos diez minutos en que el Borussia Dortmund falló lo inimaginable frente a Diego López, retiró a Alonso por Khedira para dar pulmones frescos a las coberturas defensivas. Modric, sorpresivamente porque los cambiados eran los del pivote madridista durante toda la era Mourinho, permaneció innegociable.

El resultado fue formidable: el Real Madrid echó hacia atrás al Borussia los últimos 15 minutos del partido. Atacaron por el centro, por el flanco izquierdo y por el derecho, tirando centros, tirando recortes y tirando asistencias entre líneas. Fue entonces que Klopp tomó un riesgo y sacó a Lewandowski por Santana, un central, para aglomerar gente en el área amarilla y defender la diferencia con uñas y dientes.

Según la estadística, Modric completó una tasa de pases exitosos de casi el 70%. Aunque Khedira teóricamente bajaba a ayudar a la línea de tres del Madrid, el balcánico también echaba una mano en defensa y se recargaba junto a Essien para recibir y hacer la conexión con Ronaldo y Kaká. Luka Modric acabó como el resto de sus compañeros: con las medias abajo, extenuado, y abatido.

Mourinho dejó de lado la especulación con la que maneja los duelos a eliminación directa en Liga de Campeones. Ahora debía ir al ataque con el balón sí o sí. Por lo tanto los pases kilométricos de Alonso o los recorridos largos de Khedira, tan útiles cuando el Madrid de Mourinho contragolpea, se volvieron absolutamente prescindibles. La capacidad de presión y de asociación de Modric, en cambio, se tornó imprescindible.

Este Modric recordó al primer Modric que maravilló al mundo. El Modric de la Croacia de Slaven Bilic en la Euro de Austria y Suiza. Aquel mediocentro sorprendentemente bajo de estatura del Dinamo de Zagreb que haciendo pareja con Niko Kovac le endosó una amarga derrota de 2-1 a la primera Alemania de Joachim Low. 

Regresando a Madrid, resulta paradigmático que el último duelo de José Mourinho en la Casa Blanca por Champions haya arrojado la gran revelación hacia el post-mourinhismo: un nuevo proyecto de Real Madrid necesita a Luka Modric como piedra angular. Si el madridismo quiere dejar atrás años y años de especulación como estilo de juego, Modric es innegociable.

miércoles, 24 de abril de 2013

Debacle en Alemania ¿hay una causa sistémica?



El Barcelona y el Real Madrid, clubes que entre sí aportan a 10 de los 11 titulares de la multicampeona selección española, fueron absolutamente rebasados por las circunstancias en el Allianz Arena y en el Signal Iduna Park. La Champions es un torneo competidísimo y es natural caer por diferencias ínfimas en fases de eliminación directa. No obstante la superioridad de Bayern y Dortmund se reflejó merecidamente en marcadores de escándalo que a priori muy pocos imaginaban.

¿Es que Heynckes y Klopp le ganaron la partida a Vilanova y a Mourinho? ¿Es que Dortmund y Bayern tienen mejores plantillas que Madrid y Barça  ¿Es que los onces titulares de los alemanes llegaban más frescos que los de los españoles?

La respuesta para esas tres preguntas es no. Hombre por hombre Borussia Dortmund y Bayern Múnich no son mejores que Barcelona y Real Madrid. Tácticamente Klopp y Heynckes están a la altura de Mourinho y de Vilanova. Y por supuesto las plantillas de los 4 clubes han sufrido por igual las penurias de una temporada larga e intensa en Europa.

Entonces ¿Cómo explicar la debacle del Barça y del Madrid en Alemania?

La causa es sistémica. Blancos y blaugranas no pudieron contener las ráfagas de juego de sus adversarios teutones. El Barcelona ni siquiera logró disparar al arco por jugada en 90 minutos y el Real Madrid ni con tres mediocampistas bajando a recoger el balón logró salir del agobio del BVB. Jugadores como Ribery, Schmelzer,  y Subotic –buenos, pero teóricamente debajo de los Iniesta, los Ramos y los Piqué- parecían Pelé, Carlos Alberto y Garrincha.

La causa es sistémica: semejante diferencia en el juego y en el marcador sólo puede atribuirse a que en la Bundesliga se juega con una tensión competitiva mayor a la de la Liga.

El Barcelona y Real Madrid chocaron en Alemania con la realidad. Esa realidad que dice que se han vuelto peces gigantescos nadando en un estanque demasiado chico. Mientras la Bundesliga ha visto un desfile de 5 clubes coronarse en la última década (Werder Bremen, Sttutgart, Wolfsburgo, Borussia Dortmund y Bayern Múnich), el título de La Liga española se alterna únicamente entre las vitrinas del Bernabéu y el Camp Nou. Mientras el Real Madrid y el Barcelona deben vérselas con clubes en bancarrota técnica o cuyas dirigencias adeudan meses de salario a sus jugadores, caso Zaragoza o Málaga, Bayern y Dortmund hacen lo propio frente a clubes humildes pero sanos ante estadios pletóricos como el del Colonia o el del Friburgo.

Estadios pletóricos. ¿Alguien ha visto lo que es el Coliseum Alfonso Pérez del Getafe, el Sánchez Pizjuán de Sevilla, el Mestalla de Valencia, o el Cornellá El-Prat del Espanyol en un fin de semana de Liga común y corriente? Recintos a medio llenar, butacas vacías, sensación de la nada. Así, incluso no es descabellado pensar que en Dortmund los jugadores del Real Madrid sintieron por vez primera en su vida el rigor de ser visitante frente al júbilo de los 80 mil hinchas borussers que año con año rompen todos los récords mundiales de asistencia.

Desde luego la Bundesliga está lejos de ser perfecta y para ello basta ver el escaso desarrollo de plazas tan tradicionales como Berlín y Leipzig por dar un par de ejemplos. Sin embargo, jornada tras jornada (y hasta antes de la nueva hegemonía del Bayern) se palpaba que cualquiera podía dejarse puntos en Schalke o Hannover. Durante los últimos años, en cambio, una visita del Barcelona o del Madrid a Pamplona contra Osasuna o a Mallorca vienen siendo 3 puntos seguros para la causa de los grandes.

El 4-0 y el 4-1 son señales inequívocas de que las consecuencias de una liga tan desigual como la de España han alcanzado a Barça y Madrid. Ambos clubes aún pueden hacerse de lo mejor del orbe en fichajes gracias a su increíble capacidad para recaudar dinero como los fenómenos globales de mercado que son.

Pero ¿cuál es el objeto de fichar a Neymar y a Gareth Bale para robar la Liga a media máquina si llegadas las instancias de vida o muerte en Champions Barça y Madrid vuelven de Alemania con cuatro goles en el costal cada uno?

La debacle en Alemania tiene causa sistémica. Debe reconocerse que de ahora en adelante en el desarrollo y la buena salud de clubes como el Zaragoza, el Celta o incluso el Xerez, está el interés del Barcelona y el Real Madrid. La Liga del duopolio blanco y blaugrana debe acabarse ya; de lo contrario se nos viene un monopolio alemán.

lunes, 22 de abril de 2013

El drama de Heynckes sin Kroos frente al Barça.


Hasta antes de su desgarre muscular ante la Juve por la ida de cuartos en Champions, Toni Kroos revolucionaba la forma de hacer fútbol en Europa esta temporada.

La “revolución Kroos” es tan única que uno bien puede decir que Ronaldo y Messi pertenecen a una categoría completamente distinta a la del ofensivo alemán. No hay comparación: mientras el portugués y el argentino son capaces de quitarse de encima 2 ó 3 adversarios para colocar la pelota en la escuadra del arco rival; Kroos olfatea los espacios, percibe los movimientos y ejecuta las asistencias. Se trata de un futbolista irrepetible que sabe leer los partidos tácticamente y controlar el flujo del juego muniqués con o sin balón, sea para atacar o para defender. Un jugador en cuatro dimensiones. Un clásico.

Sirva el partido de ida de octavos de final de esta Liga de Campeones en Londres frente al Arsenal para ilustrar el cómo juega Toni Kroos. Salió casi en la misma línea que Mario Mandzukic para echarse tras los defensas gunners, presionarlos y provocar su error en la salida. Así cayó el primer gol bávaro que Kroos mismo firmó a pase de Philipp Lahm. Con una cómoda ventaja –y siendo consciente de que la velocidad de Theo Walcott amenazaba la zona del belga Van Buyten- decidió alinearse junto a Schweinsteiger y Javi Martínez para disminuir el ritmo del encuentro y asfixiar los espacios de los de Wenger. Eso describe a Kroos: un jugador pensante que también conoce las debilidades del Bayern Múnich en defensa y por tanto evita que el esférico circule libre por ahí.

Kroos juega como si Jupp Heynckes estuviera dentro de su cabeza. Y es precisamente Heynckes quien más debió lamentar la lesión que apartará a su mariscal de la llave de semifinales por la que el mundo entero se frota las manos. Sin Kroos sobre el césped, el Bayern sufrirá un retroceso táctico frente al Barça, a priori favorito pese a su patente vulnerabilidad defensiva. Se trata de un retroceso táctico a todas luces, pues jugar con Ribery o Robben implica ganar en desborde pero perder capacidad para ganarle el balón a los blaugranas en su propia mitad de campo.

A pesar de que ahora existe una tendencia generalizada en la prensa hispanoparlante para dar como ligero favorito al Bayern, el periodismo alemán mantiene la calma y le da el favoritismo al cuadro catalán. La afición muniquesa también lamenta las ausencias de Jérome Boateng y de Holger Badstuber en el centro de la zaga mientras aún tiene vivo el amargo recuerdo de un veloz Diego Milito triturando a un lento Daniel Van Buyten en la final que el Bayern perdió frente al Inter en 2010. El tornado Kroos inclusive logró hacer olvidar que el Múnich jugará sin sus centrales titulares frente al mismísimo Lio Messi.

Aunque declare lo contrario, en el imaginario de Jupp Heynckes rondará todo lo que pudo hacer y deshacer en la defensa blaugrana de haber contado con Toni Kroos. El juego, no obstante, está abierto y aunque suene a lugar común cualquier cosa puede ocurrir.

Sin embargo, y en honor a la verdad, la ausencia de Kroos no sólo es el drama de Heynckes: es el drama de todos los aficionados neutrales que esperaban ver puesto en práctica el más nuevo y revolucionario antídoto contra el Barcelona.