lunes, 30 de abril de 2018

El cuerpo de la mujer en el deporte y Octavio Paz.



Un debate pendiente, incompleto y muy rodeado de doble moral, es el del rol de la mujer en los medios deportivos, especialmente en los mexicanos.

Hace años me sorprendió un tuit del periodista italiano Gianluca di Marzio sugiriendo -si mal no recuerdo- que esperaba impaciente el mundial de Brasil para toparse con la prensa mexicana. No por el intercambio periodístico, no; sino por el uso sistemático de mujeres consideradas fotogénicas para la cobertura mundialista.

Entre el periodismo deportivo italiano y el mexicano no había pues una diferencia de calidad (esto es, mejor o peor información), sino una diferencia de cualidad (forma contra contenido). El tema del tuit, en otras palabras, es que el periodismo de otros países sabe que en México el cuerpo de la mujer es uno de los grandes criterios para asignar acreditaciones de eventos deportivos.

En un debate con Mario Vargas Llosa y otros panelistas durante inicios de los noventa (no, no el de la "Dictadura Perfecta"), Octavio Paz lo expresó mejor que yo:

[El siglo 20] ha sido el siglo en el que se ha envilecido de un modo casi absoluto el amor, el erotismo. Que se ha convertido el cuerpo en publicidad. ¿Cómo es posible que ustedes estén hablando solamente -son intelectuales, son escritores, son artistas- estén hablando del cuerpo y no piensen que el siglo 20 y el capitalismo justamente ha envilecido al cuerpo. Incluso el deporte moderno ha envilecido al cuerpo.

El gran valor de esta reflexión de Paz es centrar la cuestión de género, no en el género en sí mismo, sino en el cuerpo dotado de género. Lo que esto implica es que el debate de la equidad de género refiere a una diferencia de cualidad (masculino/femenino) y no de calidad ("mejores" o "peores" cuerpos).  Debatir pues a los medios de comunicación en términos de género nos lleva a la estéril discusión de la "batalla de los sexos", hombres contra mujeres, del "patriarcado" y de "semanas (o meses) de la mujer" que no hacen sino disfrazar contenidos que envilecen sobre todo el cuerpo de la mujer. Y que de paso también envilecen al periodismo.

Si nos centramos en el criterio del cuerpo, como sugirió Paz, hallaremos que quizá la peor discriminación de la prensa deportiva mexicana no es ejercida por el hombre hacia la mujer: sino por la mujer hacia la mujer. ¿Qué tipo de cuerpos femeninos reciben acreditaciones 'all-access' para los 'media days' previo a los 'Super Bowls' y qué tipo de cuerpos femeninos son enviados a cubrir festejos callejeros con la afición del Guadalajara?

Cuando habló de "deporte moderno", Paz seguramente hizo referencia a la "industria o el mercado del deporte moderno", y no a la prensa deportiva. El tema es que el siglo 21 está borrando la línea divisoria entre entretenimiento y periodismo. Esto se manifiesta en que muchos medios (acaso los que más se azotan dándose golpes de pecho) justifican la ausencia de preparación periodística disfrazándola con escotes, minifaldas y tacones.

jueves, 26 de abril de 2018

La ventaja infinita del Madrid


"Hay infinitos más grandes que otros infinitos", se lee en aquel gran fenómeno literario, juvenil y comercial llamado Bajo la misma estrella del escritor estadounidense John Green. Al menos en la novela (pues la película no la vi), la frase es usada por Hazel Graze para referirse a su amor por Gus Waters.

Sin embargo, su verdadero autor fue el ficticio escritor holandés Peter Van Houten -idolatrado por ella hasta que lo conoció en persona- quien introduce la frase citando una de las paradojas sobre la relación tiempo/espacio planteada por el griego Zenón de Elea, discípulo de Parménides.

La imagen me llegó a la mente tras la enésima victoria del Madrid en Múnich en el duelo más repetido de la historia de la Champions:

"Imaginemos que haces una carrera contra una tortuga. La tortuga empieza a correr con diez metros de ventaja. En el tiempo que tardas en recorrer esos diez metros, la tortuga quizá ha avanzado uno. Y en el tiempo que tardas en recorrer esa distancia, la tortuga sigue avanzando, y así indefinidamente. Eres más rápida que la tortuga, pero nunca podrás alcanzarla. Solo podrás reducir la ventaja."

Si Van Houten se refería a Hazel, Zenón hablaba específicamente de Aquiles ("el de los pies ligeros", quien da muerte a Héctor en La Ilíada) intentado sin éxito modificar lo inmodificable: la ventaja original del adversario, la tortuga, que lo determina todo. ¿Hay duda pues, que el Madrid jugaba aventajado respecto al todopoderoso patriarca de la Bundesliga incluso antes del silbatazo inicial?

El origen de esa ventaja quizá sea imprecisable, pero sí inferible a través de imágenes reales: la de Marcelo dominando las leyes de la física para impactar ese cuerpo esférico e imprimirle una trayectoria y velocidad fuera del alcance de Sven Ulreich; la de Rafinha siendo dominado él por las leyes de la física al momento de perder el cuerpo esférico y ponerlo a merced de Lucas Vázquez y de Asensio.

Ahora bien, la paradoja detrás de la imposibilidad infinita de Aquiles para dar alcance a la tortuga se fundamenta en que el tiempo y el espacio son determinados por la tortuga. Si el tiempo y el espacio fueran determinados objetivamente -es decir, en una carrera de 100 metros planos o en una prueba a contrarreloj- Aquiles no tendría problema en dejar atrás al lento reptil. Como tiempo y espacio son determinados subjetivamente, ambos dan la impresión del infinito.

Por eso Hazel retoma la frase para referirse a Gus, porque una noción absoluta -en este caso la del amor- permitió a ambos adueñarse del tiempo y del espacio a pesar de la enfermedad -en este caso, el cáncer.

En el caso que nos ocupa (la de una hegemonía casi indiscutible del Real Madrid sobre adversarios que, por lo menos menos financieramente, están a la par), la idea absoluta es la de la ventaja. Mientras el Madrid la tenga de su lado, partidos irán y vendrán y la historia habrá de repetirse. En un fútbol donde el tiempo y el espacio son determinados por la marcha blanca, el único adversario capaz de vencer al Madrid es el propio Madrid.

lunes, 2 de abril de 2018

Irle al Veracruz, bajo los tres palos


Quizás porque desde chico le voy a los Tiburones Rojos es que cuando veo un partido de fútbol suelo fijarme primero en el portero. Así como por ejemplo quienes le van al Cruz Azul ven el fútbol desde los subcampeonatos y los goles fallados por los nueves, así yo lo veo desde los descensos, las golizas en contra y el drama de quien recoge el balón cuando ya está en el fondo de la red.

Aunque no siempre fue así. Tenía nueve años cuando una fotografía de Adolfo Ríos impresa en sepia en el Notiver promocionaba un Veracruz-Necaxa asegurando que el cuadro escualo contaba con un cancerbero que más bien era un "Pararrayos humano". Efectivamente, Ríos transmitía confianza en una escuadra que alcanzó las semifinales del último torneo largo de la historia del balompié mexicano (1995-1996)... y que en la vuelta cayó vapuleada por el Celaya 5-1.

Raro equipo es el Veracruz, pues desciende como Veracruz pero no asciende como Veracruz. Tras años de vagar por la Primera "A", un empresario mejor agarró al Irapuato ascendido y se lo llevó a la costa del Golfo de México con todo y portero. El guerrerense Samuel Máñez (qepd) no era Ríos ni mucho menos, pero así como podía comerse goles infantiles así también era capaz de lo providencial, decía Rafa Puente. Y tenía razón. Antes de que se nos adelantara en el camino, Máñez garantizó primera división en el Luis de la Fuente al menos un año más.

Y entonces llegó ese espectáculo aparte llamado Damián Grosso. De escuela argentina, Grosso desafiaba todo lo que hasta ese entonces entendía yo del oficio de guardameta viendo a puros mexicanos. Grosso jugaba la bocha con los pies. Grosso salía del área para achicar. Grosso tenía un arrojo y una personalidad a prueba de balas y a prueba del qué dirán. Un mediodía de domingo en el Estadio Azteca él y Cuauhtémoc Blanco se citaron para después diciéndose el uno al otro hasta de lo que se iban a morir.

Nadie entendía nada hasta que una repetición con acercamiento forzado exhibió a Grosso haciéndole en la cara su propio festejo al Cuauh luego de taparle un penal.

                       

Tiempo después se dio un descenso más. Y tiempo después el equipo "ascendió" nuevamente. Leonín Pineda, (quien a pesar de haber subido con el Tijuana y con La Piedad permanece atado al Ascenso MX), fue rápidamente reemplazado por Melitón Hernández, quien a su vez ascendió al León de Matosas. Que yo recuerde Melitón es, junto con Filiberto Fifu Fulgencio, de los escasos futbolistas jarochos con cierto trayecto en primera. Similar a Máñez, capaz de lo peor y de lo mejor, acaso aún más inseguro, Melitón fue directamente responsable de la eliminación de los Tiburones ante el suertudo Querétaro de Ronaldinho en una liguilla y también tiene la culpa de las canas que cada día amenazan más y más con poblar mi cabeza en su totalidad.

Ay, Melitón: para bien y para mal en las palmas de tus guantes -que unos días parecen imanes y otros, barras de mantequilla-, yace el destino de la franquicia. Esa franquicia cuyos seguidores suspiramos por un Pirata goleador que jamás vimos jugar y que los partidos solemos verlos con los ojos puestos en la portería de nuestro propio equipo. Quienes le vamos al Veracruz tal vez te aborrecemos tanto porque en realidad eres un reflejo de nosotros mismos: eternamente ahogados en nuestro mar de pifias, pero al final juntos y esperanzados en esa mano salvadora que acuda en nuestro rescate.