domingo, 24 de julio de 2016

Lo que Fantino nos enseñó


   Por 'fútbol horrendo', según sus propias palabras, Alejandro Fantino se refería a que el mexicano es uno desigual donde ganan los clubes ricos y pierden los clubes pobres. Asimismo mencionó que ni Puebla ni Jaguares tienen aspiraciones reales de alzar un título de Liga Mx y que, en la Primera de Argentina, campeones han salido Lanús, Vélez y Argentinos Juniors.

El diálogo entre Fantino y el periodismo futbolero mexicano siempre estuvo destinado a ser un diálogo de sordos. Desconocedor de la estructura de propiedad de equipos en México, el popular presentador argentino citó los graves problemas políticos del fútbol argentino ante comentaristas mexicanos, quienes a su vez jamás hablan de política. El asunto-Fantino nos pregunta a todos ¿debe el periodismo de fútbol saber (y hablar) de lo político?

Hace poco, hablando del 30 aniversario del gol que Maradona hizo sacándose a once ingleses, Cristian Martinoli se acordó de la narración original hecha por el relator uruguayo Víctor Hugo Morales. Sorprendentemente (por lo inusual), Martinoli también sacó al aire los choques que Morales tiene ahora con el presidente de Argentina, Mauricio Macri, los cuales, se especula, llevaron al cierre de su noticiero de radio. Fantino representaría la antítesis de Morales. Opina a favor del proyecto Macri para el fútbol argentino: retirar las inversiones hechas con dinero público durante la presidencia de Cristina Fernández que evitaron que el fútbol de aquel país quebrara. Morales, claramente, opina a favor de la ex mandataria.

Vale la pena usar un breve párrafo para hablar de un solo rasgo del 'Fútbol Para Todos' que terminó con el inicio de la administración de Macri. En lo mediático, el proyecto de Fernández hizo de las transmisiones de televisión pública la plataforma para llevarle la liga a la gente. Más aún, se producía un show , Fútbol Permitido, cuya edición, montaje y presentación era llevada por jóvenes reporteros en cancha. En cuanto a calidad, decir que era bueno es decir poco.

¿Debe pues el periodismo de fútbol saber (y hablar) de lo político? Leyendo un artículo del periodista inglés Jonathan Wilson en el portal de Sports Illustrated, sorprendió ver un comentario de un usuario en rechazo suyo por incluir su propia opinión sobre el 'Brexit'. Wilson sostenía que la eliminación de Inglaterra en la Euro contra Islandia y el voto favorable a salirse de la Unión Europea representaban algo así como una doble vergüenza. El usuario, legítimamente, respondió que su interés al entrar a un portal deportivo era informarse sobre deporte, y que encontrarse entre líneas con un comentario político representaba tener gato por liebre.

El diálogo entre Fantino y el periodismo mexicano no hubiera sido charla sorda si alguien le hubiera aclarado, por ejemplo, que Puebla y Jaguares no son clubes austeros, pues detrás suyo hay fuertes apoyos políticos. Quizá estas escuadras no salgan campeonas, pero quizá su objetivo es otro.

Aunque el consumidor de información deportiva sólo quiera deporte, el periodista futbolero está obligado a saber en qué mundo vive para decidir cómo debe informar a la gente. Así como hizo Martinoli, brevemente, al mencionar el caso de Morales sin dar su opinión ni en contra ni a favor.

lunes, 11 de julio de 2016

El peso del miedo en el fútbol

Dicen los que saben que un requisito primordial para explicar los eventos en la vida de los hombres es comenzar descartando los "hubieras". ¿Y si "hubiera" entrado el balón que Gignac estrelló en el poste? ¿Y si Ricardo Carvalho "hubiera" detenido el salto de Ángelos Charisteas a la salida de un córner aquella tarde de verano en Lisboa 12 años atrás?

Descartarlos, en otras palabras, es ir más allá de la sorpresa -del "son cosas del fútbol"- para entender la derrota de Francia en Saint-Dennis en su propia Euro y la victoria griega en el Estádio Da Luz en 2004 como eventos inevitables, vistos en retrospectiva. Porque tenían que ocurrir, ocurrieron. Hubo en ambos eventos un protagonista cuya historia permite intentar sacar la lógica de lo que aparenta no tenerla: Cristiano Ronaldo.

¿Cómo es posible que una selección de casi-anónimos (Cédric, Guerreiro, João Mario) alcanzó lo inalcanzable para la generación dorada de Luis Figo, Fernando Couto y Rui Costa? Las muchas lágrimas de un juvenil y descamisado Ronaldo con aretes en los lóbulos de ambas orejas y el copete teñido de rubio eran, vistas bien, lágrimas de remordimiento: de haberlo tenido todo y dejarlo escurrir como agua entre los dedos.

La historia de los "Maracanazos" habla tanto de la heroicidad de quienes se sobrepusieron a todo, como de la tragedia de quienes desaprovecharon el viento a favor. Ya sin "hubieras", la única explicación a posteriori para la desazón y el llanto furioso del Cristiano adolescente es que el miedo también doblega a los indoblegables. Primero el miedo y luego el rival. Aquél que tenga más por perder en una situación límite, a todo o nada, seguramente será derrotado por la sola visión de la derrota.

Por ello Brasil no rompió lanzas ni quemó las naves en Saint-Dennis en el verano de 1998. Didier Deschamps (al menos en su fuero interno) debe reconocer que Ronaldo Nazario era mejor que David Trezeguet, que Rivaldo tenía más magia que Youri Djorkaeff y que Roberto Carlos le pegaba con más precisión que Bixente Lizarazu. Que el Scratch línea por línea y hombre por hombre era mejor que el anfitrión y -si Zidane acabó por declararnos lo contrario- lo declaró a la salida de un par de corners, cual Charisteas. ¿Cómo cayó fulminada una escuadra con aura de indestructible así lo haya hecho con miles de franceses en contra?

Cayó precipitada por el peso de su propia historia y de sus propios nombres. Esa Canarinha estaba, en definitiva, más cerca del precipicio. Preocupados, el miedo los dobló bastante antes de que Emmanuel Petit les hiciera el tercero en el mismo arco cuyo palo derecho rechazó el remate final de Gignac casi dos décadas después. El peso ejercido por el miedo es como el poder que el vértigo ejerce sobre quien camina por la cuerda floja y mira hacia abajo sin volver la vista al frente.

Por eso la Francia de Griezmann, Pogba y Payet no rompió lanzas ni quemó las naves en Saint-Dennis en el verano del 2016. Tanto había por perder que las piernas acusaron el cansancio en la noche más inoportuna y el dueño de casa, bastante más temprano aun de lo tácticamente recomendable, comenzó a ceder la iniciativa y a esperar atrás. Comenzó pues a acobardarse.

A veces sólo basta ver los semblantes de los caídos para explicar lo que parece inexplicable. Si hay remordimiento en el después, es que miedo hubo en el antes. La de Cristiano enfundado en la camiseta de la federación de su país hubiera sido por siempre la imagen del niño-hombre rabioso consigo mismo, como la de Ronaldo, brasileño en Francia, es la del fenómeno cabizbajo.

Pero hay que descartar los "hubieras", porque ocurrió lo que inevitablemente había de ocurrir cuando el miedo pesa en el fútbol.

domingo, 3 de julio de 2016

Joachim Löw, reivindicado


Quizá cuando Courtois criticó implícita, pero públicamente a su técnico Marc Wilmots, se refería al daño causado en particular por Hal Robson-Kanú. Además de anotar el segundo en el 3-1 final, el nueve galés exhibió constantemente a la parchada línea de cuatro defensores belgas hasta hacerlos parecer meros jugadores de liga dominical. "Trabajar de poste", suele llamársele en la jerga futbolera.

Aunque, en efecto, los de atrás de Bélgica tuvieron pobres actuaciones individuales, la estrategia del "poste" también fue puesta en práctica con aun mejores resultados por Antonio Conte con Graziano Pellé haciendo estragos en la ya cuestionada pareja central Ramos-Piqué. Teóricamente, frente a ataques encabezados por un solo delantero de área, la dupla central se basta usando al primero para marcar y al segundo para proteger su retaguardia. El "poste", sin embargo, juega de espaldas y descarga para el compañero que viene corriendo, lo que automáticamente neutraliza al central que marca y hace la vida imposible al que está detrás.

Con su línea de tres centrales, "la BBC de Italia", Conte se resguardaba de que otro director técnico fuese a usar un "poste" contra la Azzurra. Barzagli y Chiellini son robles por aire y por tierra y Leo Bonucci, el líbero, de esta forma, podía avanzar metros para proyectar trazos largos (como en el primer gol italiano contra Bélgica, una asistencia de 50 metros). Así, el hoy ya responsable del Chelsea demostraba lo evidente pero pasado por alto sobre la línea de tres: que es tanto una táctica defensiva como una estrategia para sacar el balón con limpieza desde el fondo.

Si Italia no dispuso frente a Alemania ni de la mitad de ocasiones claras creadas en su duelo de octavos, fue porque básicamente Pellé redujo su producción como poste. A pesar de que mucha bibliografía táctica contraindica la línea de tres contra un único nueve (habría pues un hombre de más, subutilizado, que podría utilizarse en la media o en la delantera), lo cierto es que -al alinear a Mats Hummels por izquierda, a Jérome Boateng por el centro y a Benedikt Höwedes por derecha- Löw utilizó los movimientos de Conte contra Conte.

El partido de la defensa teutona fue tan completo que Hummels fue visto protagonizando escenas sublimes: conducía el balón con cadencia a vista alzada para levantar diagonales buscando a Joshua Kimmich.

Probablemente la última vez que la Mannschaft usó línea de tres -una táctica típica de los años ochenta en ese fútbol-, Löw fungía como asistente técnico de Jürgen Klinsmann en el mundial del 2006 (Metzelder, Mertesacker y Friedrich). Rescatándola una década después, Löw se demostró como un técnico que sí observa al rival y no cae en excesos de confianza: después de todo, el sentido común también hubiera indicado que Boateng y Hummels en dupla central tendrían calidad suficiente para lidiar con un poste por bueno que éste fuera. El trabajo de pizarra, no obstante, sólo debería dejar margen para el error humano. Löw hizo su parte ¿se le habría culpado si su escuadra hubiese caído a raíz de la mano de Boateng?

A final de cuentas el error más terrible fue el de Pellé al cobrar su pena máxima. Como dicen los argentinos, quiso verse "guapo" indicándole con gestos a Neuer que se la iba a picar.


Y acabó echando a un lado un balón que, de cualquier modo, había sido adivinado. Equivocación terrible, pero que se comprende si consideramos que en 120 minutos a Pellé no le salió su juego de poste.