lunes, 29 de agosto de 2016

Liga MX: ¡Lapuente vive!


Menos de un mes después de la humillación ante Xolos, las Chivas pasaron de caer goleadas 4-0 a golear 3-0 al archirrival en el Estadio Azteca. Por número de ocasiones, el Guadalajara debió meter al menos cinco y Matías Almeyda con justa razón lo remarcó en su rueda de prensa. De un comienzo de torneo incierto y pesimista, Guadalajara entró en una zona de promesas, festividades y alegrías.

Apenas la jornada pasada Juan Francisco Palencia parecía acallar las dudas sobre sus capacidades tácticas aplastando implacablemente 5-3 al subcampeón del torneo anterior, Monterrey, cuya plantilla cotiza tres o cuatro veces más que la del Club Universidad. Para esta jornada, sin embargo, la derrota en Tijuana por la mínima diferencia francamente le salió barata según el claro desorden defensivo mostrado por Alatorre, Castro, Verón y Luis Fuentes.

Tras probar y fallar una y otra y otra vez con su 4-3-3 (derrumbe en casa ante el América, empate fortuito con Toluca), el Veracruz de Pablo Marini en algo recompuso su maltrecho andar de visita al Universitario de Nuevo León sacando un empate que re-moraliza a los Tiburones en lo que, parecía, un descenso de categoría cantado. Intentando cambiar las cosas, el otrora auxiliar de Américo Rubén Gallego quitó al tan hábil como cansino Gabriel Peñalba, modificó a 4-4-2 y de pronto los visitantes pasaron de víctima desahuciada a digno competidor.

¿Qué explica las impresiones tan cambiantes, la tanta irregularidad mostrada por los clubes de la Liga Mx, que un fin de semana rozan lo sublime y al siguiente tocan fondo? Una respuesta es que la mayoría de los resultados jornada a jornada están determinados a favor del anotador del primer gol de cada juego. El que pega primero, gana, quizás golee, o mínimo saca el empate.

Pero, Veracruz ganaba 2-0 a las Águilas y acabó colapsando hasta perder 4-2. Otra respuesta a esta cuestión adicional sería que las escuadras que se ponen en ventaja suelen pararse con dos líneas de cuatro detrás del balón para cerrar espacios que el rival no sabe ni puede abrir y posteriormente acabar con él al contragolpe. Es decir, el 4-3-3 de Marini hizo agua cuando el América adelantó líneas buscando empatar, una táctica sencilla, la de adelantar líneas, y el único contención escualo no daba abasto frente a sus centrales (por eso el 4-4-2 es tan práctico, porque hay dos medios de contención a la vanguardia de dos defensores, el "doble pivote", como se le conoce en España).

Habiendo logrado el empate en el Volcán, el técnico del Veracruz finalmente cayó en la cuenta y resolvió poner dos líneas de cuatro que ni Ismael Sosa, ni Jürgen Damm, ni Gignac ni toda la artillería felina junta halló cómo vulnerar. Lo mismo ocurriría un par de horas después en el Azteca con un acorazado rojiblanco que con la ventaja en el marcador se agazapó bien en propio terreno.

Si ni Tigres ni Águilas lograron traducir su posesión de la pelota en ocasiones claras, mucho se debe a que tanto Ambriz como Ferretti también son estrategas cuyas escuadras se basan en el contragolpe. "El táctico es el gol", decía un comentarista mexicano del siglo pasado para describir una situación que, hoy por hoy, retrata el juego de la mayoría de los equipos de la Liga Mx. Mientras se practiquen tácticas y estrategias consistentes en reducir espacios en propio campo para explotar los que se abran por inercia en el del rival, el primero que pegue seguirá pegando dos veces.

¿Cuáles alternativas habrían pues para empatar partidos o poder voltear marcadores en un contexto dominado por las dos líneas de cuatro detrás del esférico? Una sería el desarrollo del balón parado; otra, trabajar el fútbol de posesión.

Sin embargo, como Pablo Marini comprobó tras escarmentar con su 4-3-3, para jugar a tenerla y saber qué hacer con ella es necesario muchísimo más que el dibujo táctico adecuado. Así que, a falta de contragolpes, los goles llegarán en tiros libres, indirectos y de las esquinas.



lunes, 22 de agosto de 2016

Mexico's contradictory Rio Olympics coverage


The discourse of social Darwinism espoused by mainstream media in many countries is no surprise: winners and losers from every society are portrayed so because of their merits or lack of them. What has made the Rio Olympics' coverage by Mexican outlets quite contradictory, however, is the rhetorical attack on average people (losers) in a moment when Mexico's finest sportspeople (winners) were failing to meet the audience's expectations.

"What's your message to haters?", Mexican archer Alejandra Valencia was asked soon after finishing fourth, completing the best individual performance in a discipline which did deliver medals for the Mexican team four years ago. "Those criticizing should then come and do it themselves", she replied. "All those who talk surely have nothing else to do ", said diver Dolores Hernández following her early exit; fencer Tanya Arrayales remarked likewise: "some people should mind their words because all of them are ignorant. While we're here competing, they're with their laptops, eating popcorn and judging others".

Although those remarks of course reflect real spite inside of a national representation which received widespread social media abuse back home for much of the games (their only medals were obtained at the last weekend of competitions), in fact those were answers to straight questions by reporters waiting for them at the mixed zones. Not only did some media representatives take every chance to induce heated replies, some others afterwards began to rebuke national authorities for their alleged corruption, frivolity and fecklessness. By quoting, for instance, the many problems swimmers, boxers and weightlifters experienced with kit providers, or the case of the unshipped clubs of some golfer, or the short funds received by the archery team, pundits also targeted petty politics.

But blaming common Mexicans and unaccountable officials for Mexico's poor showing certainly is a contradiction of the social Darwinist discourse which posits that winners get victories and losers find excuses. "Win is good, defeat is bad" goes the preaching at television sets and news desks in which forms are seldom discussed and in-depth, extensive coverage of sports other than soccer is simply nonexistent. Is it therefore reasonable to demand respect and sympathy from Mexican audiences towards gymnast Alexa Moreno, whose body deviates from the bodies of most female presenters appearing in Mexican sports shows?

Beauty is good, ugly is bad.

Unlike claims from social movements (like public education teachers protesting against government-backed reforms), the broadcasted claims coming from disappointed athletes against decision-makers were not downplayed by pundits as alibis of lazy, progress-hating, troublemakers. Indeed, the sub-ministry in charge of sports promotion in Mexico (CONADE) is dependent upon the ministry of public education (SEP), the organism in charge of implementing the evaluations and layoffs that have generated controversy and violent clashes in the south of the country.

"These ideas [those of Social Darwinism] caught on, in part, because of the eviction of working-class people from the world of media and politics", writes British author Owen Jones in Chavs: The Demonization of the Working Class. No doubt that massive swaths of the population in Mexico have been marginalized, always at the receiving end of media and political campaigns. Besides being unable to influence what they see and hear from screens, common Mexicans can't afford bows and arrows, fencing equipment or golf clubs; public swimming pools are as far away as minimum elementary schooling facilities.

In spite of viral versions pointing to a culture of political corruption and social mediocrity among the losers as crucial to understanding the disappointment of national winners in Río 2016, the media coverage itself should not be permitted to get away with its many contradictions. By now, audiences should be critical enough so as to contest the Social Darwinism which only seems consistent and truthful when Mexican elites do not have to compete internationally.

lunes, 15 de agosto de 2016

Juan Martín Del Potro

Él da la fuerza al que está cansado y robustece al que está débil. Mientras los jóvenes se cansan y se fatigan y hasta pueden llegar a caerse, los que en Él confían recuperan fuerzas, y les crecen alas como de águilas. Correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse.
Escocés, como Andy Murray, era el atleta Eric Liddell, cuyo personaje en Chariots of Fire leyó el salmo de arriba durante la misa dominical el día que debía ir tras una medalla en los Juegos Olímpicos de París en 1924. Religioso como consta que fue, viajó por mar con la delegación del Reino Unido, mas rechazó correr en domingo pues su verdadera motivación yacía en honrar a Dios. No hallaba razones personales ni patrióticas para sobresalir, sino profundamente teológicas. Su prédica es el autorretrato del hombre como creación entre cosas creadas: débil, condenado al cansancio, a la fatiga y a la enfermedad, ante todo necesitado de algo más que sí mismo.

Cuando el joven Juan Martín del Potro venció al invencible Roger Federer para ganarse el Abierto de los Estados Unidos del 2009, parecía que Argentina finalmente había encontrado su propio dios moderno del tenis para idolatrar. Y es que junto a Rafa Nadal, el suizo hubo protagonizado la era de los superhombres: si no ganaba el uno, ganaba el otro y las derrotas del primero eran las victorias del segundo y viceversa sucesivamente. Así, Delpo no sólo simbolizaba la promesa de un tercer superhombre que cuestionase la hegemonía del par; a ojos de varios, era fundamentalmente la promesa de volver el mundo del deporte a las épocas en las cuales, trabajándolo bien, cualquiera podía vencer a cualquiera.

No fue de ese modo. En la lucha por convertirse en el tercero en discordia, Novak Djokovic siempre lo aventajó y acabó reclamando la vacante de superhombre. Como pasa con quienes prometen e incumplen, el de Tandil fue sujeto de críticas válidas y no tan válidas. Pero todas implacables, característica de esa sociedad tan rebelde ante la derrota como es la de su país natal. En la rabia del poder ser y no serlo del todo, no obstante, en 2012 se mató con Federer disputando el partido más largo de la historia olímpica y, tras digerir su dura derrota, le arrebató el bronce a Djokovic a la tarde siguiente; meses después dictó el final de la carrera de Andy Roddick en Nueva York; y rozó la épica en semifinales de Wimbledon en 2013. El gran beneficiado de esos rabiosos años agotando a los demás fue otro, el que se colgó la medalla de oro y acabó con los 77 años que duró el éxodo de los dueños de casa en el gran abierto británico: Murray.

El rostro sufriente durante los juegos buenos y los juegos malos, pasándose las muñequeras por la frente para enjugar el sudor, Del Potro había de vérselas con el sufrimiento del mundo fuera de la cancha. Débil, como todos nosotros, esclavo del cansancio, de la enfermedad y de las lesiones. Atrás quedaría el mundo fantástico de los grandes torneos y de los superhombres donde los trofeos ciegan la vista y las bolsas millonarias consuelan y las derrotas sumen en el barro. El bisturí no sabe de superficies rápidas o de polvo de ladrillo y la salud de los enfermos no depende del ranking de la ATP.

Los años de silencio que sucedieron a los de rabia fueron menos acerca de Delpo ganándole a tal o a cual que acerca de Delpo intentando sobreponerse a las desventuras de Delpo.

Y un día volvió. Batiéndose ¿cuándo no? con Nole. El abrazo fraterno encima de la red y las lágrimas del gran maestro serbio tras marcharse de Rio 2016 a las primeras de cambio revelaron una vez más la particular historia de la lucha entre caballeros que ha sostenido contra el argentino. Por otro lado, los partidos posteriores a la eliminación del número uno fueron resumen en cinco días de la carrera de Del Potro antes de los quirófanos y las rehabilitaciones: no hubo rivales débiles ni victorias sencillas. Sus equivocaciones fueron todas hechas pagar y su juego se redujo a sus saques aces y a esa derecha demoledora que acude al llamado siempre que a él le queda fuerza para intentarlo una vez más.

El devenir de los acontecimientos dispuso que el partido entre partidos fuese contra el escocés. Si hay algo que lo une a Murray, eso es el esfuerzo a contracorriente ante ese trío de tenistas cuyos movimientos y reacciones hablan de gente nacida con el don de hacer uno solo de cuerpo, raqueta y pelota en movimiento. Si hay algo que lo diferencia de Murray, como quedó en evidencia también, eso es que el catálogo de golpes del británico tiene bastantes más páginas que el suyo propio.

Los catálogos, como los libros, son papel inútil que más valdría usar para otras cosas, letras muertas enterradas en la forma si no hay voluntad que las reviva desenterrando eso que ellas contienen. Fuerza y energía son necesarias. El escocés las entregó las dos: saltó y pegó el revés en el aire, subió a la red una y mil veces, alcanzó pelotas aparentemente inalcanzables, gritó desaforado cuando pudo responder de pie a esa diestra demoledora que antes doblegó a otros, maldijo su suerte y escupió al suelo cuando erró... y alzó los ojos inyectados de sangre y furia a la tribuna cuando cayó víctima de la intolerable distracción. Una vez acabado todo, en su rostro no hubo gesto alguno del éxtasis que embriaga a los que ganan, sino fatiga y cansancio; y la honda satisfacción brazos al cielo.

Por cuatro horas y algo más el de la Argentina y el de la Gran Bretaña nos recordaron que la lucha del deportista no es contra otro deportista; tampoco la de una patria es contra la otra. Ni en definitiva la de una persona, contra otra persona. El hombre lucha contra aquello en su interior que supone su propia condena a cansarse y desfallecer. "No puedo más", se observó al tenista argentino decirse a sí mismo entre punto y punto y así y todo siempre pudo un poquito más. En los intercambios interminables donde la pelota y los ojos del espectador viajaban a ida y vuelta, a ida y vuelta y de regreso de campo a campo, fue que a los dos, repentinamente, les crecieron alas como de águilas.

"Se ponen eufóricos cuando el ganador cruza la meta", predicaba Liddell bajo la lluvia sosteniendo un paraguas varias escenas antes de tomar el púlpito en París, "¿pero cuánto puede durarles la euforia?". ¿Qué quedará entonces del oro de Murray y de la plata de Del Potro cuando haya más superhombres para idolatrar? Quedará una idea tan demoledora como la derecha de éste último y tan vasta como el repertorio de golpes de aquél: la idea que engrandece al hombre cuando se esfuerza por liberarse de eso que lo esclaviza a pesar de sus cansancios.

Decir de dientes para afuera, "no puedo más", y poner brazos y piernas a intentarlo otra vez. Y otra más. Tal como hizo Del Potro contra Murray el último día de la semana más increíble de su vida.

viernes, 5 de agosto de 2016

Nadie es profeta en su tierra


¿Seremos tan mezquinos los mexicanos con Javier Hernández? Tras una respuesta rutinaria (por verdadera, simple y llana) -"No quiso venir"- a una pregunta automática (de cajón) - "Profe, ¿Y Chicharito?"-, los comentaristas que simpatizan con el delantero del Bayer Leverkusen sacaron a colación la presunta ola de críticas, vituperios, groserías y mentadas que habría recibido por preferir hacer pretemporada con el club del que recibe su salario.

"Está muy presente un sentir entre los brasileños comunes que Neymar no es necesariamente uno de ellos; que aunque su cara aparece por doquier, en general está siendo usada con tal de venderles algo." Con estas líneas describió con precisión el enorme columnista del Telegraph británico, Jonathan Liew, la relación odio-amor que existe entre Brasil y el extremo izquierdo del FC Barcelona. Neymar, se infiere a través de Liew, está partido entre el futbolista del mundo real (ése capaz de lo mágico y de lo sublime; incapaz de ganar títulos por sí solo) y la imagen de la estrella juvenil (la que se toma selfies con Justin Bieber y una botella de champaña; evasor de impuestos tanto en su país como en España).

Y esta partición entre el mundo real y el mundo alternativo sólo es odiosa para el compatriota de Ney. Porque espera de su figura títulos con la selección. Al aficionado culé, la segmentación de Neymar entre futbolista y popstar mucho le da lo mismo: si no gana algo una temporada lo ganará ya a la siguiente. Sin embargo, más pasan las vergüenzas, las finales perdidas o las golizas en contra, y para el brasileño ordinario la cara de Neymar anunciando jabón o zapatos más se le antoja una broma de mal gusto.

Chicharito, del mismo modo, está partido a la mitad. Pero su carga es quizá más ligera: por historia futbolera nacional, no está obligado a levantar ningún título importante con México. Por trayectoria individual, tampoco es necesario que le arrebate el Balón de Oro a los cracks que siempre ganan la Champions. Hernández, que se sepa, tampoco está obligado a responder por acusaciones legales, ni mucho menos. En el lado blanco del fútbol, Chicharito no es Neymar, y en el lado oscuro, (afortunadamente) tampoco.

Si hay varios dispuestos a trollearlo a las primeras de cambio y a no perdonarle nada es porque su cara también aparece en todas partes. Chicharito sabe con qué compañía es más barato hablar de México a Estados Unidos y a Canadá; asimismo sabe cuál es el banco que más le conviene a los mexicanos y durante mucho tiempo también supo de lo mejor en bebidas con cero azúcar. Futbolísticamente tal vez está lejos de la élite, pero financieramente se acerca un poquito más.

Y eso se debe a que Hernández necesita al Tri. Su club podrá cubrirle las quincenas, pero es la selección la que le brinda exposición suficiente para cobrar por su imagen. Nadie es profeta en su tierra; no obstante (en este caso particular) el profeta la necesita y mucho. En la tensión que hay en el aire cuando Hernández debe justificar su juego con México, y lo que percibe económicamente cuando utiliza las concentraciones de fecha FIFA para rodar comerciales, está explícita la relación amor-odio entre él y sus compatriotas.

¿Cuánto puede durar la cuerda tensa antes de que ésta se rompa? Ésa es la gran pregunta. Afortunadamente para Chicharito, una cuerda más larga y muchísimo más tensada está a punto de reventarse en Brasil.

domingo, 24 de julio de 2016

Lo que Fantino nos enseñó


   Por 'fútbol horrendo', según sus propias palabras, Alejandro Fantino se refería a que el mexicano es uno desigual donde ganan los clubes ricos y pierden los clubes pobres. Asimismo mencionó que ni Puebla ni Jaguares tienen aspiraciones reales de alzar un título de Liga Mx y que, en la Primera de Argentina, campeones han salido Lanús, Vélez y Argentinos Juniors.

El diálogo entre Fantino y el periodismo futbolero mexicano siempre estuvo destinado a ser un diálogo de sordos. Desconocedor de la estructura de propiedad de equipos en México, el popular presentador argentino citó los graves problemas políticos del fútbol argentino ante comentaristas mexicanos, quienes a su vez jamás hablan de política. El asunto-Fantino nos pregunta a todos ¿debe el periodismo de fútbol saber (y hablar) de lo político?

Hace poco, hablando del 30 aniversario del gol que Maradona hizo sacándose a once ingleses, Cristian Martinoli se acordó de la narración original hecha por el relator uruguayo Víctor Hugo Morales. Sorprendentemente (por lo inusual), Martinoli también sacó al aire los choques que Morales tiene ahora con el presidente de Argentina, Mauricio Macri, los cuales, se especula, llevaron al cierre de su noticiero de radio. Fantino representaría la antítesis de Morales. Opina a favor del proyecto Macri para el fútbol argentino: retirar las inversiones hechas con dinero público durante la presidencia de Cristina Fernández que evitaron que el fútbol de aquel país quebrara. Morales, claramente, opina a favor de la ex mandataria.

Vale la pena usar un breve párrafo para hablar de un solo rasgo del 'Fútbol Para Todos' que terminó con el inicio de la administración de Macri. En lo mediático, el proyecto de Fernández hizo de las transmisiones de televisión pública la plataforma para llevarle la liga a la gente. Más aún, se producía un show , Fútbol Permitido, cuya edición, montaje y presentación era llevada por jóvenes reporteros en cancha. En cuanto a calidad, decir que era bueno es decir poco.

¿Debe pues el periodismo de fútbol saber (y hablar) de lo político? Leyendo un artículo del periodista inglés Jonathan Wilson en el portal de Sports Illustrated, sorprendió ver un comentario de un usuario en rechazo suyo por incluir su propia opinión sobre el 'Brexit'. Wilson sostenía que la eliminación de Inglaterra en la Euro contra Islandia y el voto favorable a salirse de la Unión Europea representaban algo así como una doble vergüenza. El usuario, legítimamente, respondió que su interés al entrar a un portal deportivo era informarse sobre deporte, y que encontrarse entre líneas con un comentario político representaba tener gato por liebre.

El diálogo entre Fantino y el periodismo mexicano no hubiera sido charla sorda si alguien le hubiera aclarado, por ejemplo, que Puebla y Jaguares no son clubes austeros, pues detrás suyo hay fuertes apoyos políticos. Quizá estas escuadras no salgan campeonas, pero quizá su objetivo es otro.

Aunque el consumidor de información deportiva sólo quiera deporte, el periodista futbolero está obligado a saber en qué mundo vive para decidir cómo debe informar a la gente. Así como hizo Martinoli, brevemente, al mencionar el caso de Morales sin dar su opinión ni en contra ni a favor.

lunes, 11 de julio de 2016

El peso del miedo en el fútbol

Dicen los que saben que un requisito primordial para explicar los eventos en la vida de los hombres es comenzar descartando los "hubieras". ¿Y si "hubiera" entrado el balón que Gignac estrelló en el poste? ¿Y si Ricardo Carvalho "hubiera" detenido el salto de Ángelos Charisteas a la salida de un córner aquella tarde de verano en Lisboa 12 años atrás?

Descartarlos, en otras palabras, es ir más allá de la sorpresa -del "son cosas del fútbol"- para entender la derrota de Francia en Saint-Dennis en su propia Euro y la victoria griega en el Estádio Da Luz en 2004 como eventos inevitables, vistos en retrospectiva. Porque tenían que ocurrir, ocurrieron. Hubo en ambos eventos un protagonista cuya historia permite intentar sacar la lógica de lo que aparenta no tenerla: Cristiano Ronaldo.

¿Cómo es posible que una selección de casi-anónimos (Cédric, Guerreiro, João Mario) alcanzó lo inalcanzable para la generación dorada de Luis Figo, Fernando Couto y Rui Costa? Las muchas lágrimas de un juvenil y descamisado Ronaldo con aretes en los lóbulos de ambas orejas y el copete teñido de rubio eran, vistas bien, lágrimas de remordimiento: de haberlo tenido todo y dejarlo escurrir como agua entre los dedos.

La historia de los "Maracanazos" habla tanto de la heroicidad de quienes se sobrepusieron a todo, como de la tragedia de quienes desaprovecharon el viento a favor. Ya sin "hubieras", la única explicación a posteriori para la desazón y el llanto furioso del Cristiano adolescente es que el miedo también doblega a los indoblegables. Primero el miedo y luego el rival. Aquél que tenga más por perder en una situación límite, a todo o nada, seguramente será derrotado por la sola visión de la derrota.

Por ello Brasil no rompió lanzas ni quemó las naves en Saint-Dennis en el verano de 1998. Didier Deschamps (al menos en su fuero interno) debe reconocer que Ronaldo Nazario era mejor que David Trezeguet, que Rivaldo tenía más magia que Youri Djorkaeff y que Roberto Carlos le pegaba con más precisión que Bixente Lizarazu. Que el Scratch línea por línea y hombre por hombre era mejor que el anfitrión y -si Zidane acabó por declararnos lo contrario- lo declaró a la salida de un par de corners, cual Charisteas. ¿Cómo cayó fulminada una escuadra con aura de indestructible así lo haya hecho con miles de franceses en contra?

Cayó precipitada por el peso de su propia historia y de sus propios nombres. Esa Canarinha estaba, en definitiva, más cerca del precipicio. Preocupados, el miedo los dobló bastante antes de que Emmanuel Petit les hiciera el tercero en el mismo arco cuyo palo derecho rechazó el remate final de Gignac casi dos décadas después. El peso ejercido por el miedo es como el poder que el vértigo ejerce sobre quien camina por la cuerda floja y mira hacia abajo sin volver la vista al frente.

Por eso la Francia de Griezmann, Pogba y Payet no rompió lanzas ni quemó las naves en Saint-Dennis en el verano del 2016. Tanto había por perder que las piernas acusaron el cansancio en la noche más inoportuna y el dueño de casa, bastante más temprano aun de lo tácticamente recomendable, comenzó a ceder la iniciativa y a esperar atrás. Comenzó pues a acobardarse.

A veces sólo basta ver los semblantes de los caídos para explicar lo que parece inexplicable. Si hay remordimiento en el después, es que miedo hubo en el antes. La de Cristiano enfundado en la camiseta de la federación de su país hubiera sido por siempre la imagen del niño-hombre rabioso consigo mismo, como la de Ronaldo, brasileño en Francia, es la del fenómeno cabizbajo.

Pero hay que descartar los "hubieras", porque ocurrió lo que inevitablemente había de ocurrir cuando el miedo pesa en el fútbol.

domingo, 3 de julio de 2016

Joachim Löw, reivindicado


Quizá cuando Courtois criticó implícita, pero públicamente a su técnico Marc Wilmots, se refería al daño causado en particular por Hal Robson-Kanú. Además de anotar el segundo en el 3-1 final, el nueve galés exhibió constantemente a la parchada línea de cuatro defensores belgas hasta hacerlos parecer meros jugadores de liga dominical. "Trabajar de poste", suele llamársele en la jerga futbolera.

Aunque, en efecto, los de atrás de Bélgica tuvieron pobres actuaciones individuales, la estrategia del "poste" también fue puesta en práctica con aun mejores resultados por Antonio Conte con Graziano Pellé haciendo estragos en la ya cuestionada pareja central Ramos-Piqué. Teóricamente, frente a ataques encabezados por un solo delantero de área, la dupla central se basta usando al primero para marcar y al segundo para proteger su retaguardia. El "poste", sin embargo, juega de espaldas y descarga para el compañero que viene corriendo, lo que automáticamente neutraliza al central que marca y hace la vida imposible al que está detrás.

Con su línea de tres centrales, "la BBC de Italia", Conte se resguardaba de que otro director técnico fuese a usar un "poste" contra la Azzurra. Barzagli y Chiellini son robles por aire y por tierra y Leo Bonucci, el líbero, de esta forma, podía avanzar metros para proyectar trazos largos (como en el primer gol italiano contra Bélgica, una asistencia de 50 metros). Así, el hoy ya responsable del Chelsea demostraba lo evidente pero pasado por alto sobre la línea de tres: que es tanto una táctica defensiva como una estrategia para sacar el balón con limpieza desde el fondo.

Si Italia no dispuso frente a Alemania ni de la mitad de ocasiones claras creadas en su duelo de octavos, fue porque básicamente Pellé redujo su producción como poste. A pesar de que mucha bibliografía táctica contraindica la línea de tres contra un único nueve (habría pues un hombre de más, subutilizado, que podría utilizarse en la media o en la delantera), lo cierto es que -al alinear a Mats Hummels por izquierda, a Jérome Boateng por el centro y a Benedikt Höwedes por derecha- Löw utilizó los movimientos de Conte contra Conte.

El partido de la defensa teutona fue tan completo que Hummels fue visto protagonizando escenas sublimes: conducía el balón con cadencia a vista alzada para levantar diagonales buscando a Joshua Kimmich.

Probablemente la última vez que la Mannschaft usó línea de tres -una táctica típica de los años ochenta en ese fútbol-, Löw fungía como asistente técnico de Jürgen Klinsmann en el mundial del 2006 (Metzelder, Mertesacker y Friedrich). Rescatándola una década después, Löw se demostró como un técnico que sí observa al rival y no cae en excesos de confianza: después de todo, el sentido común también hubiera indicado que Boateng y Hummels en dupla central tendrían calidad suficiente para lidiar con un poste por bueno que éste fuera. El trabajo de pizarra, no obstante, sólo debería dejar margen para el error humano. Löw hizo su parte ¿se le habría culpado si su escuadra hubiese caído a raíz de la mano de Boateng?

A final de cuentas el error más terrible fue el de Pellé al cobrar su pena máxima. Como dicen los argentinos, quiso verse "guapo" indicándole con gestos a Neuer que se la iba a picar.


Y acabó echando a un lado un balón que, de cualquier modo, había sido adivinado. Equivocación terrible, pero que se comprende si consideramos que en 120 minutos a Pellé no le salió su juego de poste.