viernes, 5 de agosto de 2016

Nadie es profeta en su tierra


¿Seremos tan mezquinos los mexicanos con Javier Hernández? Tras una respuesta rutinaria (por verdadera, simple y llana) -"No quiso venir"- a una pregunta automática (de cajón) - "Profe, ¿Y Chicharito?"-, los comentaristas que simpatizan con el delantero del Bayer Leverkusen sacaron a colación la presunta ola de críticas, vituperios, groserías y mentadas que habría recibido por preferir hacer pretemporada con el club del que recibe su salario.

"Está muy presente un sentir entre los brasileños comunes que Neymar no es necesariamente uno de ellos; que aunque su cara aparece por doquier, en general está siendo usada con tal de venderles algo." Con estas líneas describió con precisión el enorme columnista del Telegraph británico, Jonathan Liew, la relación odio-amor que existe entre Brasil y el extremo izquierdo del FC Barcelona. Neymar, se infiere a través de Liew, está partido entre el futbolista del mundo real (ése capaz de lo mágico y de lo sublime; incapaz de ganar títulos por sí solo) y la imagen de la estrella juvenil (la que se toma selfies con Justin Bieber y una botella de champaña; evasor de impuestos tanto en su país como en España).

Y esta partición entre el mundo real y el mundo alternativo sólo es odiosa para el compatriota de Ney. Porque espera de su figura títulos con la selección. Al aficionado culé, la segmentación de Neymar entre futbolista y popstar mucho le da lo mismo: si no gana algo una temporada lo ganará ya a la siguiente. Sin embargo, más pasan las vergüenzas, las finales perdidas o las golizas en contra, y para el brasileño ordinario la cara de Neymar anunciando jabón o zapatos más se le antoja una broma de mal gusto.

Chicharito, del mismo modo, está partido a la mitad. Pero su carga es quizá más ligera: por historia futbolera nacional, no está obligado a levantar ningún título importante con México. Por trayectoria individual, tampoco es necesario que le arrebate el Balón de Oro a los cracks que siempre ganan la Champions. Hernández, que se sepa, tampoco está obligado a responder por acusaciones legales, ni mucho menos. En el lado blanco del fútbol, Chicharito no es Neymar, y en el lado oscuro, (afortunadamente) tampoco.

Si hay varios dispuestos a trollearlo a las primeras de cambio y a no perdonarle nada es porque su cara también aparece en todas partes. Chicharito sabe con qué compañía es más barato hablar de México a Estados Unidos y a Canadá; asimismo sabe cuál es el banco que más le conviene a los mexicanos y durante mucho tiempo también supo de lo mejor en bebidas con cero azúcar. Futbolísticamente tal vez está lejos de la élite, pero financieramente se acerca un poquito más.

Y eso se debe a que Hernández necesita al Tri. Su club podrá cubrirle las quincenas, pero es la selección la que le brinda exposición suficiente para cobrar por su imagen. Nadie es profeta en su tierra; no obstante (en este caso particular) el profeta la necesita y mucho. En la tensión que hay en el aire cuando Hernández debe justificar su juego con México, y lo que percibe económicamente cuando utiliza las concentraciones de fecha FIFA para rodar comerciales, está explícita la relación amor-odio entre él y sus compatriotas.

¿Cuánto puede durar la cuerda tensa antes de que ésta se rompa? Ésa es la gran pregunta. Afortunadamente para Chicharito, una cuerda más larga y muchísimo más tensada está a punto de reventarse en Brasil.

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