sábado, 25 de abril de 2020
Ser de la escuela lavolpista
Ricardo La Volpe cambió mi forma de ver la vida y el fútbol, que en mi caso son la misma cosa. Según el pensador español Miguel de Unamuno “vencer no es convencer,” y precisamente en el corazón del lavolpismo late la idea de que, mientras el equipo hecho juntando individualidades vence pero no convence, el equipo bien entrenado vence y convence: es un todo compuesto por 11 en el convencimiento a ultranza de que el plan del entrenador funcionará si cada quien pone su parte.
Verdaderamente obró milagros: La Volpe hizo jugar a la selección de México con la personalidad y el dominio del rival que no tenía, y que nunca volvió a tener desde que La Volpe se marchó. Sus adversarios en los medios de comunicación no pudieron perdonarle el haber exhibido que en la televisión habla más quien menos sabe. Y aunque el ocaso de La Volpe los alegró, lo cierto es que siguen sin hallar al equipo capaz de rivalizar en cuanto a brillantez con el gran Atlas de La Volpe, el gran Toluca de La Volpe y el gran Tri de La Volpe.
Yo acepto que como jugador fui bastante malo. No fui fuerte ni habilidoso. Tampoco veloz. La neta. Pero viendo a las escuadras de La Volpe aprendí a jugar a partir del acto de humildad que significa observar desde la banca dónde están los compañeros y dónde los rivales para saber dónde ponerme yo si llegaba esa rara oportunidad de entrar a la cancha. Así fue que un día empecé a ver más allá de las apariencias y descubrí paradojas: vi al portero de espectaculares vuelos que no sabía salir jugando, al poderoso defensa cuyo primer recurso era cometer falta, al genial mediocampista que perdía la pelota y no hacía por recuperarla, al goleador letal que aparecía en el área y misteriosamente desaparecía fuera de ella.
Poco me importaban las ideas del fútbol, hasta que, hace 15 años, escuché hablar a La Volpe. Ahora sé que La Volpe acabó vencido por un fútbol obsesionado por las grandes individualidades, las bombas de mercado y la danza de los millones. Aun jugando cáscaras y en ligas dominicales, a mi nivel, ese fútbol hegemónico también me venció a mí. Pero vencer no es convencer, y el convencimiento de que pertenezco a la escuela lavolpista es también el convencimiento de que alguna vez las ideas volverán a dominar el fútbol, justo como en un tiempo ya muy lejano los equipos de La Volpe dominaban a sus rivales y convencían a la gente.